top of page

& mi voz tokonoma

Fondo Editorial Tierra Adentro, 2008

Para leer el poemario en línea hacer click sobre la imagen.

“Caleidoscopía del vacío”

en Tierra Adentro, (México, Distrito Federal), 2009, número 158, junio – julio.

 

Luis Jorge Boone

 

El libro debut del poeta Efraín Velasco (Oaxaca, 1977), tiene como centros gravitacionales al vacío (como límite de las posibilidades expresivas), el diálogo con la tradición (como estrategia para la deriva) y las variaciones, como una flecha que señala hacia múltiples direcciones. & mi voz tokonoma, representa una entrada inusual en el amplio panorama de la lírica nacional reciente.

 

El poeta no como iluminado, sino como editor, curador de textos propios y ajenos. La página en blanco como soporte y potenciadora del sentido. La tradición y la experimentación como cajas de resonancia puestas cara a cara. Los textos poblados con marcas propias de etapas ulteriores a la escritura, la corrección –versos tachados–, la formación –páginas blancas como parte del discurso, poemas distribuidos de tal forma, que constituyen un solo golpe visual. Huellas de otra lectura ajena, altera la primera intención de los textos.

 

El juego se propone desde el método con que se cita el epígrafe, en los que son quizás los versos más famosos de Xavier Villaurrutia. Velasco Sosa, realiza una intervención: el retruécano intraducible del “Nocturno en que nada se oye” desaparece, suprimido mediante corchetes que anuncian la borradura del genio del idioma, el enmudecimiento de un emblema. La referencia se parte a la mitad. La mitad que se queda es un insistir de la “voz que cae”. Pero la intervención no acaba ahí: el interlineado entre un verso y otro se abre, trayendo al proscenio de la lectura un libro más lento (latente en el original), y con él, la posibilidad de que a través de las mutilaciones, el silencio conforme un poema distinto. En la primer sección del libro, “Cae mi voz”, un epígrafe de Julio Cortázar señala el derrotero al preguntar “por la nada que nos mueve”, y como el bateador antes del lanzamiento, señala la lejanía del jardín central: un lugar distante, inasible, donde la imaginación borra un paisaje para fijar su aspiración, su propia ausencia. Los fragmentos de “Y en sus briznas anida el ave Roc”, apuestan por la descomposición, rondar las zonas ciegas del radar, de los sentidos como un lugar de las conjeturales del poema: 01. Duerme en qué sitio tan montado caballo, inmóvil, en la pradera interior de qué mueble, en las vetas, plácido, en este apartamento que ilumina. Le veo en castellano, leo su mente en los días buenos, escampados, empieza dónde que se le adivina hermano gemelo de melopea […]

 

La construcción de una suerte de antialeph: espacio que fragua su propia disolución, a fuerza de construir un silencio y someterlo a las transformaciones de un caleidoscopio, de los significados que se acumulan, se traslapan en una sintaxis inestable, sinuosa, lo mismo ars combinatoria y obra abierta. El tokonoma, lugar que se occidentalizará como una ausencia portátil en “El pabellón del vacío” lezamiano, es el espacio de la casa japonesa donde se colocan rollo decorativo y bonsáis; los invitados son sentados dando la espalda al tokonoma, como un símbolo de modestia. El epicentro de los poemas, su revelación, también se obvia al lector, quién, de espaldas, detecta sin embargo el efecto que producen en el resto de la casa. Para el autor, arquitecto de formación, la distribución de estos espacios es vital. El libro puede leerse como un recorrido, el mapa de una casa que busca nuestro asombro conduciéndonos a sus pasadizos y zonas ciegas. Las secciones “Y mi bosque” y “Duraquema”, actúan de un modo más visible sus influencias. Una establece, un imposible diálogo con Wallace Stevens, al tiempo que lamenta una ausencia más íntima. La otra es un acercamiento en poemas sueltos a Gonzalo Rojas, y orienta su dicción hacia un zigzag verbal que lo mismo resuena antiguo que moderno, veloz y quebradizo; miscelánea que nos depara pasajes de un inusual discurso amoroso: “si me desandaré en la vuelta al éter/ y volveré a vestir este mi cuero/ una y mil y un veces/ en el único minuto,/ dilataré un segundo más a la mujer/ que en mi regazo no termina de beberme.”

 

El poeta como un generador de estructuras, armazones, arquitecturas que soportan las formas ausentes de una casa: un pasillo de silencio surge en medio de la hoja en blanco, como reflejo escrito de otro tránsito. Efraín Velasco propone un espacio de síntesis y reescrituras, de procesos que se cifran en sus huellas, que convierten el libro en un cruce de caminos entre la crítica y el collage. Cada poema como una experiencia integral (visual, emotiva, imaginística) que se desdice en el siguiente poema, y evita la muletilla del método. Pariente cercano de El cielo de Ernesto Lumbreras, Signo-a-signo de Felipe Vásquez, El aire oscuro de Daniel Téllez, cierto pasajes de Eduardo Padilla y Ángel Ortuño, & mi voz tokonoma aspira a una liberación, a enfocar modos distintos de la experiencia lectora. La caleidoscopía –un movimiento incesante, recombinación de piezas sueltas– no sólo como imagen, sino como poética. El cambio y la reinvención, la crisis como un estado fértil del lenguaje, pleno de significaciones y encrucijadas.

 

 

bottom of page